“Cuídese, tengo miedo de que le pase algo”, le dijo Jacqueline Vera a su hijo el 29 de febrero. Daniel Zamudio, de 24 años, había recibido amenazas por ser homosexual y, a la salida de la discoteca que frecuentaba, había visto que pandillas neonazi esperaban a jóvenes gais para golpearlos. Las advertencias de la madre tenían fundamento: cuatro veinteañeros homofóbicos lo atacaron brutalmente tres días después en un parque del centro de Santiago. La paliza fue tan feroz que, después de tres semanas de agonía en el principal hospital de urgencias de la capital, el muchacho falleció la noche del martes, después de que se le diagnosticara la muerte cerebral.
El asesinato de Zamudio ha causado gran impacto en la sociedad chilena, que lo ha erigido como un mártir ciudadano. Durante las tres semanas en que se debatió entre la vida y la muerte, el caso despertó la indignación de las autoridades y de la gente, que a diario llegó hasta el servicio de salud con carteles y velas para apoyar a la familia del joven. En el país, el 42% de los jóvenes homosexuales reconoce haber sufrido acoso de manera frecuente, según los datos difundidos por la organización Todo Mejor, pero pocas veces han adquirido tanta notoriedad pública. De hecho, un sacerdote jesuita, Marcos Cárdenas, a través de una carta abierta que ha generado gran interés de la ciudadanía, criticó al catolicismo por la postura histórica que ha mantenido respecto de los homosexuales: “Sectores de la Iglesia poseen una posición intolerante que no comparto”.